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terça-feira, 16 de dezembro de 2014

¿Qué construimos los masones?



¿Qué construimos los masones?
Por Eduardo Callaey

La respuesta a esta pregunta hubiese sido sencilla para cualquier masón del siglo XVIII. Y todavía habría sido mucho más sencilla para nuestros hermanos constructores de catedrales e iglesias en la Edad Media. Dice Teófilo en su Ensayo sobre diversas artes, escrito en el siglo X, que el arte de la construcción requería de un cúmulo de virtudes que sólo podían adquirirse por medio de una fuerte disposición y la Gracia del Espíritu Santo. En el prólogo del Libro III explica al aspirante por qué razón el Rey David no se consideró digno de edificar la Casa de Dios, dejando la tarea a su hijo Salomón.
Dice Teófilo que David rezaba frecuentemente esta plegaria: “Señor, recrea un espíritu recto en mi alma”. Esta plegaria bien podría ser la de un masón cristiano.

Dice Jean-François VAR que “el programa que la Masonería rectificada nos propone, enseñándonos el método y los medios para realizarlo, es de “reedificar místicamente” nuestro Templo interior, de manera a convertirnos, cada uno de nosotros, y todos nosotros en conjunto, habitación de la Gloria de Dios y del Sol de justicia, residencia del Emmanuel Dios con nosotros y Dios en nosotros”.

Al hablarle al constructor de templo, Teofilo decía hace ya mil años que para llevar a cabo esa labor dignamente debían adquirirse los siete espíritus: “Sabiduría”, “Intelecto”, “Consejo”, “Fortaleza”, “Paciencia”, “Piedad” y “Temor a Dios”, y agregaba “Animado por tales promesas de virtud, oh Hijo Queridísimo, te has aproximado con confianza a la Casa de Dios y la has construido y decorado con magnificencia; eligiendo para los techos y para los muros colores diversos, has mostrado, a quien observa, casi una imagen del Paraíso de Dios”. Teófilo creía firmemente –y así lo trasmitía- que un hombre virtuoso podía construir portentos capaces de despertar el alma humana y conducirla a la comprensión de sí mismo de los misterios de Dios. Pero para ello primero debía de haber construido su propio Templo interno “…con voluntad feliz en esta vida en el contacto con Dios y con los hombres…”

Este último párrafo es de una profundidad maravillosa: El masón construye en contacto con Dios… ¡y con los hombres! Es una tarea colectiva de la que participa junto con sus hermanos artistas, talladores, carpinteros, orfebres, vidrieros. Todos ellos, en mutua comunión hacen un trabajo que sólo es posible si refleja la construcción interior.

Porque el verdadero Templo –volvemos a citar a Jean-François VAR- somos nosotros mismos, cuando nos hacemos conformes a Cristo, cuando nosotros mismos somos Cristo – lo que por otro lado quiere decir cristiano, christianus. Pues como dice san Pablo:

“¿No sabéis que sois Templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (…) El Templo de Dios es santo, y ese Templo sois vosotros” [1].

La decadencia de la Orden Masónica, la pérdida del sentido iniciático, la confusión que nos arrastra a una fragmentación sin fin es producto de la pérdida de este concepto de Templo Interior. Pero ¿Cómo mantener la idea de esta construcción mística, de esta obra espiritual que antecede a cualquier otra tarea masónica cuando la propia masonería abandona con premura no sólo a Dios y a cualquier idea de trascendencia sino al mismo concepto de “iniciación”? ¿Qué explicamos a los profanos acerca de qué construimos?

Algunos se jactan de construir Templos Laicos y sociedades progresistas, otros de que el GADU es un invento que ya debe superarse definitivamente. O peor aún, “que el símbolo es una mera representación de un hecho ficticio, una leyenda alegórica”.

Advierte al respecto VAR que “Simbólico” no quiere decir, como en el lenguaje corriente, y como demasiado a menudo también, por desgracia, en el lenguaje masónico - ¡lo que ya es el colmo! – “irreal”, y “ficticio”. El símbolo tiene su realidad, una realidad particular, que le es propia. Participa de la realidad de lo que simboliza, pero no en plenitud. Digamos que posee una realidad por convertir: ella ya lo es, pero queda el que la realicemos.

En otras palabras, los masones construimos un Templo Interior utilizando símbolos que nos guían a la realización de ciertas virtudes. Esas virtudes nos hacen dignos de nuestro propio Templo. De allí, y sólo entonces, participaremos de la obra colectiva que conduce a la construcción del Templo de la humanidad.

Expresa magníficamente Jean-François VAR:

“Vendrá el tiempo, y el tiempo ha llegado”, repite a menudo Jesucristo. Es en este mismo estado temporal que se sitúa la realidad masónica: el “no todavía” y el “ya está aquí”. Hemos de convertirnos en lo que somos. Y entre las dos, para que se reúnan y coincidan, para que la realidad simbólica se convierta en realidad en plenitud, hay, como se dice en la instrucción moral, una “carrera penosa (a) recorrer”, “trabajos inmensos (…) a hacer sobre (nuestro) espíritu y (nuestro) corazón” [2].

Pero, ¿Quiénes están hoy dispuestos a ”carreras penosas” y “trabajos inmensos”? Gran parte de la Masonería Universal se ha convertido en un atractor de aves rapaces, buscadores de contactos importantes, ocultistas estrafalarios y fracasados de naufragios profanos. No es el caso del Régimen Escocés Rectificado. A quienes nos preguntan ¿Qué construimos los masones? Respondemos que construimos nuestro propio Templo Interior mediante un esfuerzo impensable para estas épocas de facilismo descartable y en el transcurso de una “carrera penosa” como lo es la búsqueda de la virtud en medio de la confusión relativista. 

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